miércoles, 16 de diciembre de 2009

SUDESTE DE ASIA










































































































































































































































































EL SUDESTE DE ASIA.
Fue mi primer viaje a Asia. Tierras lejanas, desconocidas. Me llevó un largo tiempo armar el itinerario pero finalmente lo logré.
Y llegué luego de 42 horas de vuelo a la ciudad de Bangkok, capital de Tailandia. Allí me esperaba mi amigo Nasim de Cambridge con quien recorrería gran parte del camino.
Con mucho calor recorrí las calles, los templos sin dejar de sorprenderme por la cantidad de gente y de motos!!!!!!!!!!
Visité el mercado flotante donde el color y los sabores y los sonidos se mezclan en armonía. Toda la vida fluye en los canales donde se comercia, se come, se cocina y se intercambian diálogos.
Mango con arroz glutinoso, helado de coco, fruta dragón, el asombroso durian, café helado con leche condensada, pescado frito y una variedad interminable de sabores nuevos para mí.
El Gran Palacio es algo más que fabuloso con el color dorado que brilla con los rayos del sol.
Los monjes budistas sonríen cada vez que los cruzás por la calle.
Y las bocinas de las motos aturden hasta que te acostumbrás.
Nada más entretenido que los mercados callejeros que son lugares excelentes para sacar fotos y meterte en la vida de los locales. Podés comer, comprar ropa, o simplemente sentarte a observar y seguir sorprendiéndote con tanta cosa nueva sólo para tus ojos.
Regatear es una obligación y, si no estás acostumbrado, es todo un desafío.
Tres días en Bangkok es más que suficiente así que tomé un tren hacia el norte a la ciudad de Chiang Mai.
Allí me esperaba un recorrido de un día para visitar algunas tribus que viven en las montañas. Las mujeres de cuellos largos con sus aros dorados en su cuello nos recibieron como todos en aquellas tierras lejanas: con una sonrisa. Se trata de un grupo pequeño de 35 personas que viven en una comunidad donde los roles están bien diferenciados. Las mujeres tejen en telares o fabrican todo tipo de artesanías que luego venden. Los hombres trabajan la tierra o cuidan a los niños. La coordinadora del tour nos explica que los aros dorados alrededor del cuello son parte de su ornamentación y que no ocasionan ningún dolor ni peligro para sus vidas. El camino por recorrer nos llevaría a las tierras de la tribu de los Akha donde se los puede ver trabajando la tierra como excelentes agricultores que aprovechan cada centímetro disponible para sus cultivos. El paisaje es cada vez más lindo: montañas verdes muy altas. La tribu de los Hmong también formaba parte del recorrido. Luego los veríamos en el norte de Vietnam. Nunca faltaron los niños que nos recibían con gritos de alegría, dispuestos a una foto con nosotros.
Terminamos la jornada visitando la cueva Chiangdao que realmente es sorprendente. Se trata de una cavidad en la montaña por la que se puede caminar un tramo que lleva una hora aproximadamente.
Una de las noches en Chiang Mai nos reunimos con Jim Richardson de Australia, el Tano Emiliano de Argentina que vive en Italia y Ruth, su amiga de España. El lugar era un pub con muy buena música en vivo donde el rock de antes y el de hoy nos hicieron delirar. Entre canciones y cervezas tuvimos una extraña visita: un elefante casi bebé que andaba por la calle llevado por su dueño para recibir algún dinero de los turistas. El pub no tenía ni ventanas ni puertas así que el animalito entró y nadie podía creer lo que veíamos. El resultado fue la sorpresa pero también reconocer la triste realidad de un animal usado para generar dinero y más aún a la madrugada y quizás bajo el efecto de alguna sustancia, según nos dijeron. El elefante forma parte de la fauna típica de toda la región que recorrimos y pudimos saber del maltrato que reciben, es por eso que si bien estaba en mis planes dar un paseo en uno de ellos decidí cambiar de opinión.
Seguimos con un vuelo a Luang Prabang, ciudad Patrimonio de la Humanidad en el norte de Laos. Divina ciudad, tranquila, bordeada por el río Mekong. Luang Prabang es sinónimo de calma, interesante mercado callejero de artesanías, notoria influencia francesa sobre todo en las comidas, templos y monasterios. La ceremonia de alimentar a los monjes a la madrugada era una obligación y así lo hice. Allí estaba yo, sentada sobre una alfombra, junto a varias personas a lo largo de una cuadra, con un cesto de arroz caliente para ofrecerles a los monjes que pasaban en fila delante nuestro.
Al atardecer y al amanecer se escuchan sus cánticos y plegarias. Los sonidos inundan el aire y traen más calma aún.
Luego seguimos a Vientiane, capital de Laos, que realmente no tiene nada especial, al menos para mí.
Tomamos un vuelo a Siem Reap, norte de Camboya. Amor a primera vista? Sí, me encantó. Allí no sólo están las ruinas de Angkor Wat sino también un lugar donde una ONG trabaja durísimo para ayudar a unos 30 pibes que están solos en el mundo. Se trata de ODA. Es una organización que tiene al frente a un matrimonio que decidieron dar un rumbo diferente a sus vidas y están abocados a guiar la vida de los que más sufren el desamparo. Sheryl Howe es una artista plástica que también los está ayudando tratando de encontrar nuevas formas de generar recursos. Los pibes pintan postales en acuarelas además de cuadros que luego venden a los turistas. Allí pude colaborar voluntariamente dando unas pocas clases de inglés. En Argentina decimos “es una experiencia muy fuerte” que quiere decir algo así como que luego de eso ya nada es igual.
Antes que saliera el sol fuimos a Angkor Wat para seguir sorprendiéndonos con los templos religiosos más grandes del mundo. Bayon fue, dentro del mismo predio, otro lugar elegido además de Ta Prohm que todos alguna vez vimos en una famosa película, y es donde las raíces de los árboles se apoderaron de los techos y paredes de las antiguas construcciones.
Cómo resumir la visita a Angkor Wat? Imperdible, fabuloso, admirable.
Los inolvidables bailes Apsara son un regalo para el alma: delicadeza extrema en la más absoluta femineidad de unas mujeres tan bellas como pocas en el planeta.
Luego nos esperaba un barco para entrar a Viet Nam por medio de las aguas del Mekong y su famoso delta, testigo de la vida de los vietnamitas desde siempre.
La ciudad de Chau Doc fue el primer sitio que visitamos en Viet Nam. Lo más interesante: las villas flotantes y las minorías Cham alojadas en islotes del delta.
Saigón o ciudad Ho Chi Minh era el siguiente paso. Caótica, ruidosa y muy interesante. El mausoleo del Tío Ho estaba en la visita del tour que contratamos. El país le debe tributo a su líder y para eso se levantó un impresionante mausoleo donde se puede ver su cuerpo embalsamado y custodiado.
Estuve en el Museo de la Guerra donde no se habla del extremismo del Viet Cong y se enfoca la temática de la guerra desde un solo ángulo, evidenciando la agresión por parte de los Estados Unidos.
Seguimos rumbo a las divinas playas de un pequeño pueblo pesquero llamado Mui Ne. Allí, si te levantás ni bien sale el sol, ves a los pescadores en sus extrañas embarcaciones redondas, trayendo su pesca a la playa y lo más común es que te inviten a compartir lo que han traído.
Seguimos a Da Lat: pequeña ciudad rodeada de montañas, estilo europeo, donde se puede tener acceso a la vida rural y podés ver plantaciones de café, frutillas, arroz, vegetales. Todo es orgánico y manual.
Le tocaba el turno a Hanoi, capital de Vietnam. Segundo amor a primera vista. Nos alojamos en el Old Quarter o barrio antiguo. Allí la vida transcurre desde las primeras horas y siempre en la calle. Comen en las veredas, duermen en las veredas, cocinan en las veredas, venden en las veredas. Los aromas de la comida inundan el aire a cada paso. El ruido de bocinas es extremo. Y las motos como nunca ví ni imaginé. Cruzar la calle: un desafío que se supera luego de 2 o 3 días!!!! Más mercados callejeros que seducen para seguir sacando fotos. Y la gente, siempre la gente que me interesa quizás más que nada. Los ví yendo al trabajo, los ví caminando apresurados, los ví vendiendo y comprando, los ví yendo a la escuela en impecables uniformes a los más pequeños y las jóvenes en sus trajes típicos blancos con un aire romántico que enamora, los ví cocinando papel de arroz con camarones, los ví tocando rarísimos instrumentos musicales y cantando canciones que no entendí pero que no hacía falta comprender. Los ví trabajando en la construcción sin cascos y en ojotas colgados en las alturas. Ví mujeres de avanzada edad trabajando en la recolección de residuos. Ví ojos que me miraban con desconfianza y sonrisas que no afloraban hasta que yo sonreía primero. Ví cómo encienden el fuego para cocinar el arroz en la vereda. Escuché cómo los jóvenes describen su presente con la esperanza de irse a otras tierras donde puedan sentirse más libres.
Visitamos la Bahía Halong: maravilloso paseo en barco por aguas color jade y formaciones rocosas enormes que, según los locales, describen a un gigante dragón casi sumergido.
Un tren nocturno nos llevó a Sapa para visitar a las tribus del norte y todo el color en sus atuendos que queda para siempre en la memoria.
Las tribus Hmong Negro, los Dzao y los Hamong Flores te reciben en sus villas y los ves en los mercados donde venden artesanías realmente bellísimas. El trabajo textil es fabuloso, colorido y deja ver el cuidadoso trabajo de sus manos.
Como si fuera poco, las terrazas de cultivo de arroz son el marco de una escenografía natural única.
Casi siempre hay neblina que no opaca en absoluto la belleza del lugar.
Hoi An, en las tierras del centro, es como una Venecia de Asia. Una marcada influencia china se apodera de las calles. Se ven puentes sobre un río que crece sin piedad e inunda todo una vez por año llevándose vidas. Mucho arte que refleja el buen gusto en los cuadros bordados a mano o en las artesanías únicas. Hoi An es para caminarla y dejarse llevar.
Luego Hue nos recibió con lluvia y frío. Allí, la llamada ciudad imperial, impone su ciudadela con el paso de las marcas que deja el tiempo y poca restauración, lo cual opaca la imagen.
Las tierras centrales tienen unas playas extensas con construcciones en progreso como parte de fuertes inversiones extranjeras.
Desde Hanoi volamos a Tailandia para seguir hacia las islas del sur. Elegimos Phuket y algunos tours a Phi Phi y la Bahía Maya. Nos alojamos en la playa Kata que es más tranquila que las famosas Patong o Karon y así pudimos realmente disfrutar del agua transparente y tibia en un ambiente relajado.
La parte final de mi viaje se acercaba y me quedaban unos pocos días que repartí entre Singapur y Kuala Lumpur.
Insisto en que no es fácil ser una argentina visitando Singapur donde todo parece estar bajo control: parques y plazas impecables, señalizaciones perfectas, servicios inmejorables, información precisa, excelente predisposición de sus habitantes para ayudarte en lo que sea. Nos explican que el edificio de la legislatura contiene una estructura donde impera el vidrio que simboliza la transparencia en la elaboración y cumplimiento de las leyes. Subí al Singapore Flyer, que es algo asó como una “vuelta al mundo” enorme, más grande que la de Londres. Allí tenés una vista panorámica del puerto y los principales edificios. Una cancha de fútbol flotante te deja casi perplejo. En uno de los parques había una antigua cosechadora con una leyenda: “cosechas lo que siembras”. Las multas por mal desempeño en el manejo de vehículos ascienden a diez mil dólares en algunos casos. Cómo lograron un país así? La educación es exigente y estricta al extremo. Allí, sin dudas, está la respuesta.
Un bus me llevaría a Kuala Lumpur donde las Torres Petronas me vieron por primera vez. Son imponentes, brillantes, bonitas. Subí hasta el puente que las une y allí me entero que fueron diseñadas por un argentino según los principios arquitectónicos del Islam.
Visité una mezquita pero me exigieron que cubra mi cabeza y mis ropas con una túnica. Ví hombres y mujeres siguiendo los ritos que les impone su religión. Se acercaron a mí para explicarme los principios de la religión musulmana tratando de convencerme para que yo propicie un cambio. Se evidenciaba una fuerte y apasionada convicción.
Para finalizar sólo puedo decir que viajar es algo así como una adicción de la cual no quiero escapar.
Viajar no sólo me ayuda a conocer lugares y gente sino también puedo conocer mejor a mi propio país y la tierra donde vivo.
El sudeste de Asia deja una marca en mí. No puedo olvidar las sonrisas, la sorpresa en los ojos de quienes conocí al decir que venía de un país tan lejano como la Argentina de donde sólo se conoce a Diego. No puedo olvidar el sabor de la comidas preparadas en los puestos callejeros donde las especias se apoderan de los sentidos. Quiero seguir recordando cada lugar, cada camino, cada momento. Y quiero prepararme para nuevos destinos que me están esperando.